Suena mi despertador cinco minutos antes de las ocho. Lo apago y llego aún medio dormida al cuarto de baño. Termino de ducharme y me envuelvo en mi albornoz antes de prepararme un té bien cargado en la cocina. Puedo tomármelo con toda tranquilidad porque he sido previsora y anoche antes de acostarme dejé mi look para hoy ya preparado: unos vaqueros pitillo, una camiseta básica de algodón, una chaqueta blazer oversize y unos taconazos infinitos que hacen honor al nombre de mi blog, La bruja con tacón de aguja. Me lo pongo todo, añado un poncho y una bufanda para protegerme del frío, y cojo mi bolso antes de salir de casa.
Hoy tengo por delante un día bastante ajetreado, con visitas a varios showrooms de moda y el evento de presentación de un nuevo perfume. Entre el primer showroom y el segundo me toca correr un poco para no perder el autobús, y mantener el equilibrio y la dignidad al mismo tiempo sobre mis tacones no resulta tarea sencilla. Al llegar al tercer showroom una rozadura en el talón me impide concentrarme en la colección que he ido a ver. Solo puedo pensar en escabullirme a los aseos para ponerme una tirita que, por suerte, llevaba en el bolso pero que, por desgracia, empieza a despegarse en cuanto me vuelvo a poner en marcha.
Al verme reflejada en un escaparate no me queda más remedio que admitir que los zapatos de punta ligeramente afilada estilizan las piernas una barbaridad, pero empiezo a dudar que tanto estilizar merezca la pena teniendo en cuenta lo apretujados que se están quedando mis pobres deditos. Dolorida y cada vez más malhumorada llego al evento de presentación del perfume. Albergaba hasta el último momento la esperanza de poder sentarme allí, pero no hay ni un triste taburete. Noto los pies cada vez más hinchados, la tirita ha terminado por despegarse del todo y casi le lanzo una maldición en toda regla a un camarero que me pisa sin darse cuenta al ofrecerme su bandeja llena de copas con bebidas de aspecto delicioso.
Por la noche, sentada delante de mi portátil preparando un artículo, me encuentro con la noticia de que a Victoria Beckham su médico le ha prohibido llevar tacones por una hernia discal. O al menos, dice, no deberá llevarlos mientras trabaja. Si la mismísima Spice pija es capaz de anteponer su bienestar a su pasión por los estiletos, creo que yo también debería de aplicarme el cuento. Con estos pensamientos me voy a dormir.
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Suena el despertador cinco minutos antes de las ocho. Me doy una ducha rápida, me planto delante del armario y saco mis pantalones de cuero y un suave jersey de punto gris. Abro el zapatero y, aunque mis ojos se van de forma instintiva hacia mis botines negros con tacón de aguja dorado, en ese momento me acuerdo de la hernia discal de Victoria Beckham y sigo buscando hasta encontrar mis Converse de cuero. Me pongo mi abrigo de lana gris y cojo mi bolso antes de salir de casa.
Curiosamente, hoy que podría correr sin problemas para alcanzar al autobús, no me toca hacerlo; porque como camino mucho más deprisa llego con tiempo de sobra a la parada.
Esta mañana me han invitado a ver una exposición para que escriba un artículo sobre ella. Al llegar al recinto y ver que me espera un recorrido a pie de unos noventa minutos no puedo evitar dedicarles a mis zapatillas una significativa mirada, cargada de alivio y gratitud. Casi me da la risa de imaginar la que hubiera sido mi cara si esta exposición me llega a sorprender encima de algunos de mis habituales estiletos.
Al salir de la exposición, como hace buen día, decido comprar una bandeja de sushi y comérmela en el banco de un parque cercano. Jamás se me hubiese ocurrido entrar en un parque con mis tacones. Los caminos de tierra o empedrados son la kryptonita de las mujeres con zapatos de tacón. Por no hablar del césped. Pero este pequeño paseo bajo el suave sol de invierno es tan agradable que no puedo evitar pensar en tantas otras cosas tan agradables como esta que me pierdo cuando ando con tacones por la vida.
Voy bien de tiempo, así que cruzo todo el parque y llego caminando hasta el sitio donde tiene lugar el siguiente evento al que estoy invitada: la presentación de la colección de primavera de una conocida marca de joyería. El chico de la puerta me pregunta mi nombre para buscarlo en la lista de invitados.
—Soy Carmen Velarde.
Como no parece dar conmigo en los confines de su lista, añado:
—Del blog La bruja con tacón de aguja.
El chico no puede evitar echar una mirada a mis pies con un poco de guasa, mientras levanta una ceja y me pregunta:
— ¿Y qué le ha pasado hoy a tus tacones, brujita?
—Que los he dejado aparcados junto con la escoba. Y además estoy pensando seriamente en cambiar el nombre del blog. Porque he descubierto que, a pesar de lo mucho que me gustan los tacones, soy mucho más feliz en zapatillas.
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